lunes, 22 de septiembre de 2008

LEO STRAUS

Leo Strauss


LEO STRAUSS: LOS ABISMOS DEL PENSAMIENTO CONSERVADOR

- La revista “Time” en su edición del 17 de junio de 1996, nombra a Leo Strauss (1899–1973), como una de las figuras “más influyentes y poderosas en Washington”. Leo Strauss, un desconocido… En noviembre de 2002, cuando estaba clara la voluntad agresiva de la administración Bush contra Irak, Christopher Hitchens, defensor de la intervención, publicaba “Machiavelli in Mesopotamia”, un artículo en el que escribía:

“El arte del encanto de la explicación al cambio del régimen en Bagdad es que depende de premisas y objetivos que no se pueden permitirse explicar públicamente, al menos por parte de la administración. Dado que Paul Wolfowitz es de la escuela intelectual de Leo Strauss –y como tal aparece en su disfraz de ficción de la novela “Ravelstein” de Saul Bellow- se podría incluso suponer que disfruta de este aspecto arcano y oculto del debate”. El artículo nos puso en la pista de un extraño filósofo cuyas ideas son compartidas por la élite de la administración Bush. De hecho, un chiste publicado en un conocido semanario político aludía a los “Leo-cons”, en lugar de los “neo-conservadores”, pues, en efecto, el núcleo ideológico del conservadurismo norteamericano actual está inspirado por Leo Strauss.

Existen escuelas de pensamiento enfermizas y otras inquietantes. Las enfermizas son meramente especulativas, verdaderas masturbaciones mentales, que muestran ideas excéntricas en relación al pensamiento racional y razonable. En cuanto a las inquietantes son aquellas escuelas enfermizas cuyos partidarios y mentores han decidido llevarlas a la práctica a cualquier precio. Leo Strauss se sitúa como el artífice de una escuela de pensamiento inquietante, no sólo por que su pensamiento es enfermizo, sino por que buena parte de sus discípulos iniciados constituyen lo esencial de la administración de George W. Bush.

EL FILOSOFO DESCONOCIDO

Nacido el 20 de septiembre de 1899 en Kirchain, en la región de Hessen (Alemania) y fallecido el 18 de octubre de 1973, era hijo de Hugo Strauss y Jannie David. Leo Strauss era hijo de un piadoso comerciante judío, habitual de la sinagoga de su ciudad y a los 17 años ya era sionista.. Estudio bachillerato en Marburg y durante la Primera Guerra Mundial fue reclutado por el ejército en donde sirvió como intérprete. Acabado el conflicto, en 1921, se doctoró en filosofía en la Universidad de Hamburgo.

Dirigió sus primeros pasos por el existencialismo y orientó sus estudios hacia la filosofía de Husselr y de Heidegger. Su primer libro, sobre el filósofo judío Spinoza fue publicado en 1930. En un momento en el que el antisemitismo aumentaba en Alemania, Strauss se había especializado en la filosofía judía medieval y había sido contratado en Berlín por la Academia de Investigación Judía. Provisto de una beca, abandonó Alemania 1932; primero se estableció en París (donde se casó) y luego en Cambridge en 1938. Su segundo libro, publicado cuando el nacionalsocialismo ya se encontraba en el poder, en 1935, trataba sobre Maimónides. En Londres, publicó un estudio sobre la filosofía política de Hobbes. Acto seguido, pasó a EEUU de donde no volvería a salir en toda su vida.

A partir de 1937 fue profesor en la Universidad de Columbia y luego, de 1938 a 1948 enseñó Ciencias Políticas y Filosofía en la New School for Social Research de Nueva York, en donde permanecería hasta su jubilación en 1968. Sus libros, a partir de esos momentos, empiezan a ser extraños e incluyen enigmáticas especulaciones de aparente inocuidad. Esta tendencia se hará aún más palpable a partir de 1949 cuando fue contratado como profesor de filosofía política de la Universidad de Chicago. De este pargo período destacan sus obras sobre Maquiavelo (1958), Sócrates y Aristófanes (1966), Derecho Natural e Historia (1953), La Ciudad y el Hombre (1964) y Liberalismo Antiguo y Moderno (1968), ninguno de los cuales ha sido traducido al castellano.

Pasó sus últimos años de enseñanza, entre 1968 y 1973, como profesor honorario en las universidades de California y Maryland, período en el cual profundizó sus estudios sobre la Grecia clásica. Falleció en 1973 en Annapolis.

En febrero-marzo de 2000, la Universidad Complutense de Madrid organizó un seminario titulado “La filosofía Política de Leo Strauss, 1899-1973”, dirigido por Javier Roiz. Roiz define la obra de Strauss como “una defensa de la teoría frente a la avalancha de la politología positivista de la postguerra”. Y luego, en la presentación del seminario, añade: “También quedan tras él muchos seguidores que le conocieron de cerca y asimilaron sus enseñanzas, alumnos que hoy son ellos mismos figuras de la academia, la política o las artes. Son los conocidos como straussians o estrausianos, escuela que sigue siendo una voz influyente en la ciencia política norteamericana”. Pues bien, efectivamente, estos strausianos son conocidos por otros como “la cábala” y, en cualquier caso, constituyen la médula del pensamiento neoconservador norteamericano, el motor ideológico de la administración Bush. El editorialista de “The New York Times” escribió: “Si 25 personas cuyo nombre conozco hubieran sido exiliadas a una isla desierta, no hubiera habido guerra de Iraq”. Pues bien, estos 25 “iniciados”, son sin excepción strausianos.

CUANDO LA VERDAD ES PELIGROSA

Leo Strauss es considerado como padrino e inspirador del “Contrato con América” elaborado en 1994 como manifiesto del Partido Republicano. Otros han considerado que el discreto movimiento strausiano es el “mayor movimiento académico de los EEUU en el siglo XX”. Pero es difícil llegar hasta el fondo de este movimiento y muy complicado acceder a la médula de su pensamiento, en primer lugar por que ninguno de sus libros ha sido publicado en España (y apenas sólo un comentario en la Revista de Estudios Políticos) y, en segundo lugar, por la discreción que muestran sus “iniciados”. A decir verdad, si no se pertenece al círculo de “iniciados” no se puede estar seguro de si se ha llegado al núcleo central del pensamiento de Strauss. Enseguida entenderán el por qué.

LA VERDAD QUE MATA Y DESTRUYE

Al-Farabi fue un hombre excepcional. Había nacido en el 870 cerca de Farab en el actual Uzbekistán, residió en Bagdad, Alepo y Damasco y es considerado por los historiadores árabes como “el segundo maestro”, siendo Aristóteles el primero. De hecho, Leo Strauss, llegó a Al Farab examinando sus comentarios sobre Aristóteles. En Bagdad asistió a las lecciones del médico cristiano Yuhanna ibn Haylan, siendo condiscípulo del también cristiano Abu Bisr Matta, traductor de Aristóteles. Vivió también en Alepo y Damasco. Escribió un catálogo de las ciencias, lógica, matemáticas, psicología, música y poética. Sus comentarios a las obras de Platón y a las de Aristóteles, son famosos. Muchas de sus obras se han perdido, apenas nos han llegado treinta en árabe, seis en hebreo y tres en latín. Al-Farabi considera a Platón y Aristóteles como los fundadores del pensamiento filosófico. Al igual que otros neoplatónicos, busca realizar una simbiosis entre ambos pensadores, afirma que sólo pueden ser examinados como complementarios. Se tenía gran poder como músico sobre las audiencias, como la primera vez que llegó a la corte de Damasco, cuando consiguió con un instrumento hacer reír, provocar tristeza y dormir al público, sucesivamente. Divide los efectos de la música sobre el hombre en tres: el agradable, el imaginativo y el apasionado. La música sirve para olvidar las penas, para hacer sentimientos más intensos o para suavizarlos y para exaltar la imaginación del oyente cuando acompaña a la poesía.

¿Por qué hablamos de Al-Farabi? Por que de él extrae Strauss la perversa, pero racional idea, de que puede decirse la verdad con las palabras… para engañar. Strauss contaba una historia de Al Farabi en la que éste, para escapar de una ciudad en la que lo buscaban se disfrazó de borracho y se proveyó de un timbal que sonó histéricamente al acercarse al centinela de la puerta. Este sabía que el Sultán buscaba a Al-Farabi, famoso por su austeridad, humildad, ascetismo y mortificación; cuando le preguntó al mendigo quién era, éste le contestó “Soy Al-Farabi”. El centinela no lo creyó y de le dejó pasar. A veces vale la pena decir la verdad… para engañar. Pues bien, el sistema de Leo Strauss propone algo parecido.

Para Strauss la verdad es peligrosa y destructiva para la sociedad. Desde el principio de los tiempos, los hombres han elaborado mentiras para poder vivir con más tranquilidad. La religión, por ejemplo. La esperanza en el más allá, en el castigo a los malos y en el premio a los buenos, la reencarnación, la resurrección, la vida eterna, la imagen misma de Dios… todo ello no son más que esperanzas para poder vivir. Son “mentiras necesarias”, sin las cuales, lo más probable es que la mayoría de seres humanos se desesperarían e incluso se suicidarían al saber que este valle de lágrimas no tiene un final feliz. Strauss, aprendió de Nietsche que sólo unos pocos están en condiciones de conocer la verdad sin derrumbarse. Los filósofos no pueden decir lo que piensan verdaderamente.

En su análisis sobre Aristóteles y Platón, Strauss había descubierto algunos elementos incomprensibles, de una banalidad exasperante que era indigno del pensamiento de aquellos sabios. Examinando otros textos sapienciales de la antigüedad, llegó a la conclusión de que los antiguos utilizaban frecuentemente distintos niveles de lenguaje (Al-Farabi le indujo también esta idea) el más profundo de los cuales está dedicado a aquellos escasos y especiales seres capaz de comprenderlo. Si no hubieran utilizado el secreto, los filósofos de la antigüedad, habrían sido frecuentemente perseguidos y linchados por los ciudadanos. Nadie puede soportar la verdad si esta ataca lo más íntimo de sus esperanzas, sin reaccionar airadamente.

LA “LOGIA” O LA “CABALA” STRAUSSIANA

El propio Leo Strauss, al desarrollar ideas que, básicamente son elitistas y contrarias a lo políticamente correcto, opuestas a la esencia de los valores típicamente americanos, se cuidó mucho de expresar con claridad sus ideas que solamente podían ser expuestas a círculos cerrados y transmitidas de maestro a discípulo. Este es el motivo por los que, en la actualidad, los seguidores de Strauss hayan recibido distintos nombres por parte de observadores poco avezados que han visto en el apoyo mutuo de que hacen gala sus partidarios y el puesto que ocupan en la cúspide de la administración americana, el signo distintivo de una secta de poder: para unos se trata de una “logia”, otros han bautizado al círculo con el nombre de “la cábala”.

El procedimiento de transmisión de la “iniciación” seguido por Strauss consistía en trabajar y mentalizar a los que realizaban con él los doctorados de fin de carrera. De ahí surgió un centenar de nombres, muchos de los cuales pasaron a ser profesores universitarios que, a su vez, realizaron otras “iniciaciones”, y así sucesivamente. De la misma forma que Al-Farabi utilizaba el tres como número mágico, Strauss divide a sus estudiantes en tres categorías: los “filósofos”, los “caballeros” (o “gentiles”) y el resto. Los primeros asumían la “verdad esotérica” inherente a su filosofía, los segundos asumían sólo los postulados exotéricos y, en cuando a los últimos, decididamente, no habían logrado comprender la profundidad de su pensamiento. Solo las dos primeras categorías eran consideradas como “iniciados” y solo la primera, los “filósofos”, conocían el secreto de los secretos: la verdad desnuda y sin maquillaje.

En la actualidad, han sido iniciados cuatro generaciones de “filósofos”, lo que facilita unos cuantos cientos de partidarios que “están en el secreto” y se apoyan mutuamente. A un núcleo así le es fácil hacerse con un espacio académico, mediante las recomendaciones. Este apoyo mutuo se realiza aun cuando, aparentemente, existan discrepancias en las opiniones del recomendado y del recomendador.

Pero esta técnica de crecimiento tiene también una vertiente política: a través de los “bancos de cerebros” en los que están presentes straussianos que forman parte de la administración, se logra reclutar nuevos altos funcionarios y situar a los peones propios en los terrenos más influyentes: grupos como el Proyecto Nuevo Siglo Americano o el Instituto de Empresa Americano, forman parte de este entramado

LA MENTIRA NECESARIA

Sabemos cuales eran las fuentes del pensamiento de Strauss en la antigüedad: Aristóteles, Platón, Maimónides, Al-Farabi… pero también es altamente tributario de tres pensadores modernos: Federico Nietzsche, Martin Heidegger y Carl Schmidt a los que da una interpretación particular.

De Heidegger, Strauss extrae el odio por la modernidad, el rechazo al cosmopolitismo universalista y a la sociedad corrupta que el filósofo debe contribuir a reformar sino a destruir. De Schmidt, la necesidad de establecer claramente distinciones entre amigo-enemigo y la “reteologización de lo político, la unión de política, religión y moral”. No es que le interese ni la religión ni la moral, pero considera que tienen una capacidad de movilización muy superior a la política. Strauss cree que religión y moral son un fraude elaborado conscientemente por los sabios para tranquilizar a quienes no están dispuestos a conocer la verdad. De Nietzsche extrae la concepción del “hombre superior” que, para él, es el “filósofo”, considerando como tal a aquel que conoce la verdad.

Shadia Drury, autora de “The Political Ideas of Leo Strauss” (1988) y “Leo Strauss and the American Right” (1997), afirma que “Leo Strauss fue un profundo creyente en la eficacia y la utilidad de las mentiras en la política”. Naturalmente, Strauss matizaba este concepto hablando de “mentira noble”, utilizando la terminología platónica. Para Strauss los filósofos antiguos suponen la cúspide del pensamiento universal, el particular Aristóteles y Platón, pero la interpretación que hace de ambos es muy particular. En primer lugar, sostiene que en los Diálogos de Platón, no es Aristóteles quien habla, sino Trasímaco. Y Trasímaco es un personaje que atrae profundamente a Strauss.

Había nacido en Calcedonia de Bitinia (Megara), en el Bósforo, el año 450 a. C; excelente retórico y orador, estaba interesado por la enseñanza de la ética y la política. Se conserva un fragmento de una intervención suya en la Asamblea Ateniense, en el que Trasímaco aconseja armonía entre los partidos, y evitar que sea el ansia de poder lo que legitime sus luchas partidistas. Su realismo le llevaba a afirmar que la justicia era el interés del más fuerte y que las leyes son dictadas por los que ejercen el poder para beneficiarse de ellas. Así pues, la justicia beneficia al gobierno establecido, esto es, al más fuerte y los Estados justifican sus abusos mediante las leyes. El realismo de Trasímaco le lleva a considerar como es la justicia, no como debería ser, por que para él el núcleo de la cuestión en la vida social es el dominio del fuerte sobre el débil. Platón pone en sus labios en “La República” estas frases: “La injusticia beneficia a su autor y la justicia perjudica”. (Platón, República, I, 343c ss.). “La injusticia beneficia a su autor y la justicia perjudica”. (Platón, República, I, 343c ss.). Trasímaco era un sofista, pero también practicaba el realismo político que luego recuperará Strauss.

Strauss opinaba que puede pensarse en términos de realismo político… pero es mucho más peligroso actuar en política provisto de esos criterios. Si la población llegara a compartir las opiniones de Trasímaco, por ejemplo, sobre la justicia, el orden social sería inviable. Los “filósofos” deben ocultar sus posiciones para no herir los sentimientos y el ego de las personas y para protegerse a ellos mismos y a la élite de gobierno de las posibles represalias. Entonces es cuando aparece la sombra Nietzsche sobre el pensamiento de Strauss.

No existe, para el “filósofo”, otro derecho natural que el de los superiores sobre los inferiores, los amos sobre los esclavos y los “filósofos” sobre la plebe. Son lo que Strauss llama “las enseñanzas tiránicas de los antiguos”. Manejando citas de Platón y textos clásicos, entre otros sobre la escuela pitagórica, concluye que los “antiguos estaban decididos a mantener estas enseñanzas tiránicas en secreto porque no era probable que el pueblo tolerara el hecho de que estaban destinados a la subordinación”. En efecto, podrían exteriorizar su resentimiento en forma de persecución y, para evitarlo, la mentira debía ser el chaleco antibalas de los “filósofos” y de la élite de los superiores, frente al vulgo.

A lo largo de su enseñanza, Strauss supo imbuir a sus discípulos dos nociones que se desprendían de todo esto: ellos eran la élite de la sociedad y, al mismo tiempo la minoría perseguida. No dudó en afirmar que “el disimulo y el engaño es la justicia peculiar de los sabios”. Para hacer digerible este concepto alude a la idea de “noble mentira” sostenido por Platón y que el ateniense utiliza con frecuencia: una historia cuyos detalles son ficticios, pero en cuyo núcleo existe una verdad profunda. Platón era perfectamente consciente de que los seres originarios no tenían forma de esfera, sin embargo así lo sostuvo en su diálogo El Banquete, a efectos de poder demostrar el origen de la atracción sexual. Los seres andróginos y esféricos era, pues, una “noble mentira”.

LOS TRES TIPOS HUMANOS SEGÚN STRAUSS

El tres es el número clave para Straus como lo fue también para Al-Farabi. Cada individuo en la sociedad puede ocupar, desde su perspectiva, tres estratos: “sabios”, “señores” o “gentiles” y “vulgo”. Shadia Drury, comentarista de Strauss, nos los define: “Los sabios son los amantes de la dura verdad desnuda y sin alteraciones. Son capaces de mirar al abismo sin temor y sin temblar. No reconocen ni Dios ni imperativos morales. Son devotos, por sobre todas las cosas, de la búsqueda por sí mismos de los “altos” placeres, que procura simplemente el asociarse con sus jóvenes iniciados. El segundo grupo, los gentiles, son amantes del honor y la gloria. Son los más cumplidores de las convenciones de su sociedad –es decir, las ilusiones de la cueva. Son verdaderos creyentes en Dios, en el honor y en los imperativos morales. Están listos y deseosos de acometer actos de gran heroísmo y autosacrificio sin previo aviso. Los del tercer tipo, la mayoría del vulgo, son amantes de la riqueza y el placer. Son egoístas, holgazanes e indolentes. Pueden inspirarse para elevarse por encima de su embrutecida existencia sólo por el temor a la muerte inminente o a la catástrofe”.

Strauss, siguiendo a Platón, creía que el ideal político supremo es el gobierno de los sabios, pero tal gobierno es imposible por que en las democracias formales es el “vulgo” quien decide. Así pues será necesario recurrir a la mentira y a la simulación para controlar y manipular al vulgo. Utilizando una cita ilocalizable de Jenofonte, alude a que “el gobierno encubierto de los sabios”, es facilitado por “la abrumadora estupidez” de los gentiles, los cuales “mientras más crédulos, simples y poco perceptivos sean, más fácil será para los sabios controlarlos y manipularlos”.

Es fácil comprender el drama de Strauss, extremadamente alejado de la modernidad y de sus valores. Para él, la justicia, el orden, la estabilidad, el respeto a la autoridad, carecen de sentido por que son precisamente estos valores en los que se reconoce el vulgo. En nuestra época, el vulgo ha tenido todo aquello a lo que aspiraba en otras épocas, pero, ni siquiera con esto han remediado su situación, todo lo contrario, de hecho, hoy están más reducidas que nunca a su papel miserable de bestias de carga. Los cuarenta años que pasó Strauss en EEUU no sirvieron para que aceptara los valores de la mentalidad de aquel país. En realidad, estaba convencido de que el proceso degenerativo de los tiempos modernos estaba más avanzado en EEUU que en cualquier otro lugar y que la vida, tal como previera Carl Schmidt se había trivializado.

La combinación entre democracia formal, economía liberal y trivialización de la vida, terminarían, según Schmidt y Strauss, destruyendo la política y convirtiendo la vida en un entretenimiento. En realidad, Schmidt y Strauss coinciden en percibir la política como un conflicto entre grupos enemigos dispuestos a competir y luchar hasta la muerte. El ser humano, para Strauss, lo es sólo en tanto está dispuesto a luchar, vencer, o morir. Y es entonces cuando llegamos a la noción de guerra, a su necesidad y a su ineluctabilidad. La guerra sustrae de las comodidades y de la modernidad y, finalmente, termina restaurando la condición humana.

LA GUERRA, NUESTRA MADRE

Desde la perspectiva straussiana, la paz es algo negativo y la guerra lo positivo, especialmente si se trata de una guerra perpetua de destrucción limitada. Es difícil adentrarse en este terreno por que pertenece al dominio de lo “esotérico” es decir, a aquello que solamente ha sido confiado a los “iniciados”, así pues hay que utilizar los análisis globales de Strauss y la función desempeñada por sus discípulos en el seno de la administración Bush.

La tradición histórica norteamericana se basa en la percepción de los EEUU como “Nación elegida por Dios”. Evidentemente, Strauss no puede asumir este planteamiento, en tanto que ateo impenitente. Sin embargo, es rigurosamente cierto que uno de los jefes de filas actuales de los straussianos, Harry Jaffa dijo que “EEUU es la Sión que alumbrará al mundo”…, lo cual dada la irreprimible tendencia de los straussianos a la mentira, no puede asegurarse si es una proclama sincera o simplemente otra “noble mentira”, o incluso sino encubre otra verdad más profunda.

Ahora bien, si es cierto que Strauss considera que en EEUU existe la mayor acumulación de élites que puede entender sus valores, la victoria de este país en la lucha por la hegemonía mundial, sería considerada por él, más como un fracaso que como un progreso, por que tendería a relajar a la opinión pública norteamericana y, por tanto, a aumentar el hedonismo y cualquier otro rasgo distintivo de la “plebe”. La extensión del mercado y de la democracia a todo el globo acarrearía una época de paz tan absolutamente idílica que el hombre quedaría “emasculado”. El “último hombre” nietzscheano terminaría por extinguirse y la trivialización de la vida que auguraba Schmidt se generalizaría. Por eso es bueno imbuir en la plebe –según Strauss- las ideas de patriotismo, honor y gloria y unir todo esto a los sentimientos religiosos que destilan los norteamericanos desde los orígenes. Así pues, es mejor que los EEUU no construyan una “pax americana” que, finalmente, terminaría arrastrándolos, sino que es mucho más adecuado implicarlos en una “guerra permanente”.

“EL CIERRE DE LA MENTE AMERICANA

Allan David Bloom (1930-1992), hijo único de una familia modesta, tras sus estudios universitarios en Baltimore, se interesó por los problemas educativos. Se doctoró en sociología en la Universidad de Chicago (1955) y estudió y enseñó en París (1953-55) y Alemania (1957). Al volver a EEUU impartió cursos para adultos en la Universidad de Chicago, más tarde en la de Toronto y luego en la de Tel Aviv. Era un straussiano riguroso.

Cuando supo que su muerte era inevitable a causa del SIDA, Bloom encargó a su amigo Saul Bellow, también de origen judío, colega suyo en la Universidad de Chicago y Premio Nóbel de Literatura que le escribiera una novela, más o menos, biográfica

La novela se inicia en el Hotel Crillon de París, en donde Bloom organiza una cena para dos docenas de personas escogidas. Al día siguiente, acompaña a Bellow a los lugares más caros de París. Entre otras lindezas compran una americana amarilla por 5000 dólares. Luego, en un café, Bloom derrama sobre la prenda una taza de café y ríe histéricamente, mientras Bellow intenta tranquilizarlo. Esta sarta de excentricidades sin orden ni concierto sirven para pasar revista a algunas ideas de anticipación: describe algo que se asemeja a Internet y un sucedáneo de teléfono móvil. Recordemos que estamos en 1992 cuando estos elementos tecnológicos eran absolutamente inusuales. Entre otras anécdotas, explica que Bloom recibió una llamada de Wolfowitz durante la guerra del Golfo. Éste le dijo a Bloom que las tropas americanas no avanzarían sobre Bagdad, el cual les animó a hacerlo. Los méritos literarios de esta obra son modestos, sin embargo, valdría la pena recordar que su intención era glosar la obra de Bloom y desvelar su relación con las altas esferas norteamericanas. Sin duda, algunos símbolos utilizados por Bellow seguramente requerirían un estudio profundizado de las obras de Bloom y examinarse mediante el recurso al simbolismo (es evidente que la chaqueta amarilla de Bloom alude al oro y que la mancha de café, implica el contraste con la muerte; en cuanto a la “risa incontrolada” remite al descubrimiento de la dualidad como motor del mundo).

Como buen straussiano, Bloom era misógino. En efecto, los straussianos siempre aludían en sus escritos a los “filósofos”, exhortaban a los estudiantes o “los muchachos”, “hombres jóvenes e inteligentes”, pero nunca a mujeres. De hecho, Bloom era homosexual y murió víctima del SIDA. Amante de la música clásica, odiaba el rock y la contracultura. Como todo el grupo –Kojève, Strauss, él mismo- eran intelectuales que habían buceado en el mundo clásico y en la filosofía griega para encontrar respuestas a las eternas preguntas planteadas por los pensadores de todos los tiempos. Todos ellos buscaban “relecturas”, “nuevas interpretaciones”, matices no advertidos antes en las traducciones previas, y buscaban un sentido oculto y velado en los textos de Platón. Al igual que los textos de Strauss, su lectura es difícil, da la sensación de que, hasta cierto punto trata temas intrascendentes y que lo hace recurriendo a argumentos de poco interés. Luego, uno se pregunta si entre el texto, aparentemente banal, que ha leído no se esconde alguna clave que lleve a algo más profundo.

A Bloom le preocupa la crisis de todos los valores desencadenada con la contracultura y la revolución de los años 60. En el terreno de la educación esta crisis se evidencia en la proliferación de los valores del relativismo moral y el liberalismo como estilo de comportamiento. Su tendencia a la crítica del modelo de enseñanza liberal puede ser compartido por cualquier conservador, sin embargo, en donde aparecen las ideas propias de Bloom que enlazan con las de Strauss es en su apreciación de la filosofía clásica y es aquí en donde, al igual que Strauss, tiene una interpretación personal que rompe con los intentos de aproximación anteriores a la filosofía de Platón y Aristóteles y que enlaza en todo con la visión de Strauss. Y esto lleva de nuevo a la clave interpretativa cuyos únicos poseedores son los straussianos, es el “secreto de la escuela” transmitido a los “iniciados”, esto es, a los estudiantes discípulos. Bloom como profesor universitario “inició” a muchos de ellos, los cuales, tras pasar a ser profesores universitarios, han graduado a otros muchos más.

ALEXANDRE KOJÈVE Y LAS RAÍCES DE LA POLITICA POSTMODERNA

Raymond Aron cuenta en sus memorias que el 29 de mayo de 1968 le llamó por teléfono Alexandre Kojève y le animó a que se interesase por lo que estaba sucediendo. Kojève le dijo que los disturbios le producían repugnancia, según cuenta Aron, por que “nadie mata a nadie”. Probablemente si Aron hubiera conocido a fondo la filosofía de Kojève, hubiera tenido esta respuesta presente sin necesidad de formular la pregunta.

Shadia Drury, autora del mejor estudio divulgativo sobre Strauss, abordó también de forma natural el pensamiento de este nuevo eslabón en la cadena del pensamiento neoconservador norteamericano. En efecto, su libro “Alexandre Kojève: The Roots of Post-Modern Politics” evidencia la correlación entre ambos filósofos. Strauss y sus discípulos apreciaban las obras de Kojève, a pesar de las discrepancias que ambos reconocían. El punto de partida de Kojève es la fenomenología de Hegel a partir de la cual realiza una digresión sobre el tema de la esclavización del “siervo” por su “amo”. Ese sería el primer acto “verdaderamente humano” en la medida en que “humanidad supone negar la naturaleza. Al arriesgar su propia vida sometiendo al esclavo, el amo repudia su propio temor a la muerte en aras del “reconocimiento” o “prestigio puro”, que según Kojève es algo puramente humano, no natural. De esta manera, el maestro deviene un verdadero ser humano por primera vez. El esclavo, en cambio, al someterse a la servidumbre por miedo a la muerte, deviene subhumano. Pero con el devenir del tiempo la antigua sociedad de amos esclavistas nobles es sustituida por una sociedad en que todos son esclavos: la sociedad cristiana. Y, por último, viene el “fin de la historia”, una “tiranía universal homogénea”, en la que todo el mundo “reconoce” a todos los demás como esclavos y amos a la vez”. Así resume Shadia Drury el inicio de la teorización de Kojève.

El hecho de que el inicio de la reflexión tenga que ver con la dominación y la sumisión encierra un trasfondo problemático innegable. Se diría que la reflexión inicial y que la que sigue son productos de una mente desviada y enferma, muy enferma, pero no por ello menos racional, casi de un psicópata paranoico obligado a justificar a la saciedad su deseo de hacer el mal. Por que, en el fondo, lo que sigue en la teoría de Kojève es la predicación de una “violencia purgativa”. Al hablar de los procesos revolucionarios francés (1789) y ruso (1916), lejos de lamentar los terrores inherentes a ambos, enfatiza el papel del terror como componente central del proceso revolucionario. Sin terror no hay revolución. En mayo del 68 lo que hubo fue el juego lúdico de los situacionistas que no fue más allá del cóctel molotov y el gesto agresivo. Paro Kojève si una revolución sólo gesticula es que no es revolución, sino una pantomima: “Sólo gracias al Terror –escribe- se realiza la idea de la síntesis final que satisface definitivamente al hombre”.

Y lo justifica. No basta con que el hombre renuncie a Dios en nombre del ateísmo para alcanzar un estado de libertad. No hay liberación sin lucha. La simple negación intelectual no basta. Si la síntesis final a realizar es la que surge del proceso histórico que culmina en amo-esclavo (la “tiranía universal homogénea”), de ahí que el producto de síntesis deba ser, necesariamente, trabajador y guerrero. Esto implica que deba introducir “al elemento muerte arriesgando su vida conciente de su mortalidad”, pero ¿cómo puede ser posible esto en un mundo sin amos en el que todos son esclavos? ¿cómo? Mediante el terror a lo Roberspierre, “vehículo perfecto para trascender la esclavitud” y, concluye Kojève: “Gracias al Terror [con mayúscula] se realiza la idea de la síntesis final, que satisface definitivamente al hombre”. Y Drury añade: “Stalin entendía la necesidad del terror y no tuvo miedo de cometer crímenes y atrocidades, de la magnitud que fuesen. A ojos de Kojève, esa era parte integral de su grandeza. Los crímenes de un Napoleón o Stalín, pensaba Kojève, eran absueltos por sus éxitos y logros”.

Georges Bataille era discípulo de Kojève. Drury lo sitúa en relación a éste: “A juicio de Bataille, la condición semimuerta de la vida moderna tiene origen en el triunfo incuestionable de Dios y sus prohibiciones, la razón y sus cálculos, la ciencia y su utilitarismo… La primera tarea a realizar es matar a Dios y sustituirlo con el Satanás vencido, puesto que Dios representa las prohibiciones de la civilización. Rechazar a Dios es rechazar la trascendencia y adoptar la “inmanencia”, lograda mediante la intoxicación, el erotismo, el sacrificio humano y la efusión poética. Sustituir a Dios con Satanás también significa sustituir la prohibición con la transgresión, el orden con el desorden y la razón con la locura”.

Kojève creía, como Strauss, que la reducción del ser humano a bestia esclava era paralelo a la trivialización de la vida. Ambos pensaban que en este proceso los EEUU estaban en vanguardia. La economía terminaría destruyendo la política, para ambos la política era el campo de batalla adecuado en el que grupos humanos hostiles luchaban hasta la muerte (en esto estaban influido por Carl Schmidt). El hombre para ambos, era hombres y tenía dignidad solo cuando aceptaba la muerte como regla del juego: por eso, solamente la guerra y el terror podían detener la decadencia de la modernidad caracterizada por el hedonismo absoluto, es decir por la animalización. La guerra puede restaurar la condición humana.

Tanto Kojève como Strauss eran absolutamente ateos y consideran que no hay fundamento racional para la moral que, en consecuencia, no tiene razón de ser. De ahí que los acontecimientos políticos no pueden medirse en términos de moralidad. No son, ni podrán ser jamás “buenos” o “malos”, sino al igual que los definió Nietzsche “grandes” o “pequeños”. En este sentido los straussianos de Washington practican “la gran política”, ajena a la moral y la “guerra permanente”, ajena al dolor de la “plebe”. Y luego pueden dormir por la noche…

El “hombre natural” está dominado por el hedonismo y la búsqueda de la comodidad. Es, por esto rechazable. Así que hay que movilizarlo en beneficio de un proyecto que solamente los “filósofos” conocen (aquí ya es Strauss quien habla) y que utiliza algunos resortes profundos del hombre: el nacionalismo (esto es, el arraigo a la tierra natal explicada por Konred Lorenz y el pensamiento etológico) y la religión (especialmente el mesianismo inherente en la cultura americana que comparte sinceramente, tanto la “plebe” como los “gentiles”). De ahí que el núcleo del pensamiento neoconservador norteamericano esté dominado por estas dos líneas: nacionalismo y mesianismo. Eso posibilita a la civilización americana para restaurar el régimen del Terror que Kojève considera inevitable.

ALGO HA CAMBIADO EN EEUU: LAS LIBERTADES

A partir de la influencia de los straussianos en la administración americana puede entenderse un fenómeno que se puso de manifiesto tras los ataques del 11-S: la regresión de las libertades en EEUU.

Con razón o sin ella, entre 1948 (Golpe de Praga e inicio de la Guerra Fría) y 1989 (Caída del Muro de Berlín y fin de la Guerra Fría), los EEUU aparecieron como el campeón mundial de las libertades, especialmente en Europa en donde más se sentía el peligro comunista con los tanques del Pacto de Varsovia a pocas horas de la frontera francesa. Pero todo esto ha cambiado y ahora ya no hay excusa posible para las intervenciones agresivas de Norteamérica en el exterior. Desde que terminaron los cuarenta años de Guerra Fría muchas cosas han cambiado en EEUU.

La clase dirigente norteamericana es hoy una plutocracia oligárquica que sirve a sus propios intereses. Es en el seno de esta clase en donde se sitúa la élite de “filósofos” straussianos.

La teoría de la guerra permanente puesta en práctica por los EEUU, ha demostrado que hoy, en 2004, éste país ya no lucha por las “libertades democráticas” en todo el mundo… sino por el control de las reservas mundiales de petróleo. Pero esta nueva situación genera un cambio en las relaciones de EEUU con el resto del mundo y la necesidad de otra política interior. A nivel internacional, los EEUU se han visto progresivamente aislados y desprovistos de aliados. Hoy deben afrontar la competencia de las potencias emergentes (Unión Europea, Rusia y China) y lo hacen con una mala situación interior (un déficit brutal sin precedentes en la historia). A nivel interior, deben procurar que la población –la “plebe” de los straussianos- pese lo menos posible en la vida política del país. Deben limitarse a votar: y lo pueden hacer, pero sometidos a un bombardeo constante de noticias e informaciones falsas. El control de la mayoría de grandes cadenas mediáticas por parte de grupos extranjeros ha hecho que muestren poco interés por intervenir en la política interior, a diferencia de lo que ocurrió durante la Guerra de Vietnam. Pero, para desgracia del stablishment la aparición de Internet ha permitido la circulación instantánea de informaciones de todo tipo, libre y sin control. De ahí que tras el 11-S, la administración Bush haya enfatizado el control de Internet y la censura del correo electrónico. Esto, unido a los sistemas de control de las comunicaciones a través de la Red Echelon, hace que la privacidad de las comunicaciones sea, en este momento, un espejismo.

La acción de los straussianos, su desprecio por la plebe, su insistencia en la “mentira noble” para justificar el dominio de los “filósofos” sobre los “débiles”, así como la tendencia del capitalismo norteamericano a intervenir directamente en política generando un gobierno plutocrático, ha tenido como consecuencia final el debilitamiento de la democracia norteamericana.

Llegados a este punto hay que cuestionar la Ley Doyle que establece la imposibilidad de guerra entre las democracias y la seguridad de una paz perpetua en cuanto la democracia triunfe en todo el mundo. Tal tesis fue aprovechada por el straussiano Francis Fukuyama para elaborar su teoría sobre “El Fin de la Historia y el último hombre”. Lo que olvidan Doyle y Fukuyama es que no existe sólo un tipo de democracia, sino una multiplicidad de formas democráticas muy diferenciadas (en 1914, las democráticas Inglaterra y Francia, declararon la guerra a Alemania que tenía un parlamento democráticamente elegido y, entre 1948 y 1989 la Guerra Fría fue una confrontación entre las “democracias occidentales” y las “democracias populares”) y que, en la actualidad, el problema que aqueja a los EEUU es una regresión que aleja de la democracia que hemos conocido y lleva a formas plutocráticas y oligárquicas.

EEUU ya ha iniciado el tránsito en esa dirección. En la actualidad es innegable que dicho proceso se ha acelerado desde el 11-S. Los straussianos insertados en la Administración Bush, fieles a su principio de la “mentira noble” necesaria, exageraron la amenaza terrorista del 11-S y la aprovecharon para cercenar las libertades públicas en el país y para acometer una serie de agresiones exteriores. Y todavía hace falta establecer qué ocurrió en realidad el 11-S y por qué la administración no hizo nada para evitar los atentados, aun cuando habían sido alertados de su preparación.

En tanto que el pensamiento straussiano es muy precavido con sus afirmaciones más conflictivas e insiste en la virtud del secreto y de la iniciación de maestro a discípulo, resulta difícil establecer donde termina la falta de escrúpulos y el maquiavelismo de sus representantes en la Administración. Es posible que vaya mucho más allá de lo que ha trascendido: de hecho, las iniciativas de los “filósofos” strausianos generan muertes… muertes del enemigo ficticio y en el propio bando. A partir de ahí, es posible intuir que la responsabilidad de los straussianos el 11-S va mucho más allá de haber permitido simplemente un “crimen noble” para justificar su irrupción en Afganistán e Irak y el inicio del “conflicto permanente” que impedirá una situación de paz mundial. Esta situación, según su análisis, terminaría haciendo triunfar el reino del “último hombre” del que hablara Nietzsche. Sólo el conflicto permanente, la apertura sin fin de los conflictos que se promueven, la lucha contra micropotencias (Afganistán, Irak, Irán, Siria, Corea, Cuba), harán posible que los “filósofos” gobiernen sobre la “plebe”, amparados en “mentiras nobles” y casus belli prefabricados.

Los actuales EEUU, a pesar de su debilidad económica, de su tendencia a oponerse militarmente a potencias de tercera o cuarta fila, de su voluntad imperial y del mesianismo inherente a su tradición histórica, son hoy un peligro para todo el mundo a causa de las teorías que inspiran a su clase dirigente neoconservadora y que le separan del campo de las democracias. Y eso es lo terrible: que a partir de ese momento, la Ley de Doyle ya no tiene vigencia. En esto ha desembocado los razonamientos de Leo Strauss y sus discípulos. Una vez más el sueño de la razón ha producido monstruos.

© Ernesto Milà – infoLrisis – infokrisis@yahoo.es



AUDIO SOBRE LEO STRAUSS

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Fuente:

infokrisis





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